Fragmentos

Fragmento del Capítulo 5 (La organización de las comunidadeas del norte de Morazán - Miguel Ventura)

"... A Torola llegué a principios de 1973 y desde allí trabaje durante cinco años en los cantones y caserios de Morazán, especialmente en la zona norte, arriba del río Torola. En esa época en que yo llego al municipio las condiciones de vida de la mayoría eran extremas, con niveles de pobreza dramáticos, paro y salarios miserables para los jornaleros, falta de salud y de vivienda y una educación bajos mínimos, por no decir inexistente. Con muchas dificultades existía el sexto grado, y llegar a tenerlo era casi un privilegio y la atención sanitaria era muy deficiente – a duras penas llegaba el médico una vez al mes a las unidades de salud-. 

La gente sobrevivía de la agricultura básica, del cultivo del maíz, el frijol y también del cultivo de maguey. La mayoría tenía que desplazarse a lo largo del año a las cortas de café, del algodón o de la caña de azúcar para poder ingresar algunos centavos en la familia por unos caminos que en invierno, los seis meses de lluvia, eran impracticables para los vehículos. La situación social realmente era de completo abandono y sin muchas expectativas de cambio. Tampoco se perfilaba en el horizonte alguna alternativa que pudiera, en un día no muy lejano, llevar mejores condiciones de vida, ni en lo económico ni en lo político.

La propiedad de la tierra en El Salvador estaba concentrada en una pequeña elite terrateniente, las famosas 14 familias propietarias del 80% de las tierras. Era una oligarquía voraz que imponía condiciones de explotación insoportables. Algo que se dejaba sentir profundamente en las condiciones de vida de la población campesina. Hasta el punto que el obispo Pedro Arnoldo Aparicio, a pesar de ser muy conservador, muy de derechas, llegó a expresar ante el Vaticano que “en El Salvador los campesinos viven peor que los perros de los ricos”. Fue una frase que se hizo tristemente célebre, sobre todo por ser de quien era. Porqué razón lo diría, a saber, pero graficaba muy bien la realidad del país. Esa era también la situación en toda la zona norte de Morazán..."


Fragmento del Capítulo 6 (México insurgente - Marcelo Cruz Cruz)

"... Pero, en el momento que se produce el golpe del 15 de octubre de 1979 de la Juventud Militar esto se vino arriba más rápido, y entonces ellos mismos, la RN, empezaban a buscarnos para las reuniones, y lógicamente nosotros también empezamos a impulsar este tipo de reuniones. Uno de los muchos hechos importantes que generó el golpe fue abrir un espacio de debate dentro de la Fuerza Armada. Yo creo que nunca en la Fuerza Armada se presentó un espacio de debate tan grande como el que generó el golpe de octubre del 79. Un estímulo grande al debate de la realidad nacional. Se abrió la caja de Pandora y ahí todo el mundo empezó a opinar de cómo debería ser la situación. 

Desgraciadamente, el golpe fue un aviso para la consolidación de la reacción en la Fuerza Armada. El fascismo, encabezado por muchos oficiales como el mayor Roberto D’Abuisson, el coronel Carranza, el coronel Francisco Morán, el Coronel Eugenio Vides Casanova, Director de la Guardia Nacional, y otra bastante gente de ésta que siempre estaban agarrados del poder, se organizó y empezó a planificar una estrategia para revertir el golpe. 

A las pocas semanas del golpe, en contraposición al espíritu de los capitanes y tenientes que formaban el Movimiento de la Juventud Militar, algunos mandos militares del país como el coronel Jaime Abdul Gutiérrez, que ya representaba los intereses de Estados Unidos, el coronel Carranza y otros más, se encargaron de ir redirigiendo el golpe. Redirigieron el Comité Permanente de la Fuerza Armada (COPEFA), el organismo que tenia que velar principalmente por el cumplimiento de la Proclama, garantizar un proceso democrático y por la depuración de la fuerza armada, cambiando su composición. El coronel Adolfo Arnoldo Majano fue muy débil en el mando dentro de la Junta y pronto en lugar de darse cambios hacia la democracia se produce lo contrario: en todo el país empiezan a haber en esas mismas fechas muertes, muertes, muertes. Era como que si el golpe había generado nuevas condiciones para seguir matando, cuando todo lo que defendía iba en la dirección contraria. 

 La respuesta era sencilla, pero llevo a una espiral de violencia que hundió al país en una terrible guerra: Los sectores fascistas de la Policía Nacional, de la Policía de Hacienda, de la Guardia Nacional y del Ejército inician una campaña de terror para forzar a los miembros democráticos de la junta, ya fueran militares o civiles, a aceptar como propios esos asesinatos. Si Guillermo Manuel Ungo o Román Mayorga Quiroz hubieran aceptado el genocidio del pueblo por parte de la Fuerza Armada hubieran continuado en el poder, su complicidad les hubiera permitido seguir gobernando, pero no lo aceptaron. Prefirieron irse –por su vocación política y ética, por su conciencia de nación, por muchas cosas más - y renunciaron, porque no iban a acompañar en el genocidio a una Fuerza Armada conducida por la locura y el terror. Este intento de involucrar en un genocidio a los elementos más progresistas también se dirigía a muchos jóvenes oficiales, capitanes democráticos autores del golpe, y muchos tampoco lo aceptaron y a algunos les costo la vida..."


Fragmento del Capítulo 9 (El quiebre histórico - Francisco Mena Sandoval)

"... El 23 de febrero de1977 Monseñor Romero fue nombrado arzobispo de San Salvador. siendo una sorpresa negativa para el sector renovador, que esperaba el nombramiento de Monseñor Rivera, y una alegría para el gobierno y los grupos de poder, que ven en este religioso de 59 años un posible freno a la actividad de compromiso con los más pobres que estaba desarrollando la Arquidiócesis.
Sin embargo, el asesinato tres semanas después del jesuita Rutilio Grande, hombre progresista que colaboraba en la creación de grupos campesinos de autoayuda y buen amigo de Monseñor le hizo cambiar su actitud. Su postura, cada vez más "peligrosamente" comprometida con el pueblo, comenzó a ser conocida y valorada por el contexto internacional: el 14 de febrero de 1978 es nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Georgetown (EE.UU); en 1979 es nominado al Premio Nobel de la Paz y en febrero de 1980 es investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Lovaina (Bélgica).

En ese viaje a Europa visitó a Juan Pablo II en el Vaticano y le transmitió su inquietud ante la terrible situación que está viviendo su país. La respuesta del Santo Pontífice fue clara:

 - ¡ Ustedes deben entenderse con el gobierno ¡ ¡ Un buen cristiano no crea problemas a la autoridad ¡ ¡ La Iglesia quiere paz y armonía ¡.

Apenas llegado de su viaje, el 17 de febrero, el arzobispo Romero envío una carta al presidente Carter en la que denunciaba y se oponía a la ayuda que Estados Unidos prestaba al gobierno salvadoreño, una ayuda que hasta el momento sólo había favorecido el estado de represión en el que vivía el pueblo. La respuesta del presidente estadounidense se tradujo en una petición al Vaticano para que llamara al orden al arzobispo. Sin embargo, en otros países continuaba el reconocimiento a la labor de Monseñor Romero y por esas mismas fechas recibe el premio de la Paz de Acción Ecuménica Sueca.

A finales de febrero de 1980 el cerco se estaba cerrando. Yo mismo en anteriores ocasiones, le había pedido que extremara las medidas de seguridad, pero ahora tanto Hector Dada Hirezi como el Nuncio Apostólico en Costa Rica le dan el aviso de las amenazas de muerte hacía su persona. Tanto es así, que los días 22 y 23 de marzo, horas antes de ser asesinado, las religiosas que atienden el Hospital de la Divina Providencia, donde vive el Arzobispo, reciben llamadas telefónicas anónimas que lo amenazaban de muerte. Todas estas trágicas amenazas se cumplieron y El Salvador y el mundo vio morir a un hombre bueno..."


Fragmento del capítulo 11 (El operativo - Evelin Romero)

"... En la primera semana de octubre [1980] ya fue  un continuo llegar de gente a El Rosario. Venían de La Laguna, del Progreso, de Ojos de Agua.... de todos los cantones y caseríos de los alrededores. El cuadro era estremecedor. Familias enteras cargando sus pocas pertenencias;  viejitos y viejitas  que apenas podían sostenerse en pié, subiendo las empinadas calles del pueblo casi sin resuello; otros cargados en hamacas porque no podían caminar; y sobretodo mujeres. Mujeres  chineando a sus niños pequeños, con los más mayores agarrados de sus faldas, embarazadas, con el terror  clavado en sus ojos y   la determinación en su corazón.

- No se paren, cipotes,  hay que llegar a El Rosario a como sea! 

Después de horas de caminata, guindeando por el monte para evitar al ejército, llegaban hambrientos y exhaustos. 

En los últimos días antes de la entrada del ejército en la Villa fueron entrando en tropel,  sin parar, como la lluvia que caía. Y cada vez eran más los grupos que llegaban, hasta que llegaron a ser 3 o 4 mil personas las que se habían concentrado en el pueblo en busca de refugio. El Rosario en ésa época tenía poco más de 1000 habitantes y en esos momentos ya se había más que triplicado  la población. El pueblo se hacía pequeño con tanta cantidad de gente. ¡Como alojar a tanta gente!, ¿adonde? Nos preguntábamos. 

Recuerdo que algunos grupos se alojaron en la escuela, otros en la iglesia católica y en la evangélica, otros en las casas particulares, otros en los corredores, otras en solares, otros en ramadas, en establos y hasta en chancheras que limpiaban. Llegó un momento en que ya no había dónde. En la casa de Doña Trini Romero había alojadas varias familias;  Don Vitoriano tuvo el corredor de la casa lleno de gente; en el convento ya no cabía ni un alma y Niña Emilia, que vivía justo debajo,  acabó ofreciendo a una señora que llego con sus niños el chiquerito del chancho, que era lo único que aún no estaba repleto..."

Fragmento del Capítulo 12 (Desobediencia - Francisco Mena Sandoval) 

"... Seguimos avanzando en dirección al centro del pueblo donde se encontraba una pequeña iglesia muy modesta y linda. En el pueblo el silencio escampaba su manto en una mezcla de miedo y muerte. Mis oficiales y soldados se iban desplegando por sus calles y empezaron a sacar fusil en mano a la gente de las casas. Mientras, por mi parte atravesando la plaza acompañado por un grupo de soldados, me dirigí a la iglesia católica que la encontré cerrada y por seguridad fue rodeada por un grupo de soldados de mi unidad, en su interior se oían algunos ruidos y lamentos. Debían ser las primeras horas de la tarde, alrededor de las 15.00 horas. Me dirigí a la puerta de la iglesia y cuando entré sentí el tufo de la suciedad de los niños, de los ancianos y de las muchas personas allí refugiadas. Mi asistente me traía unas raciones de comida en la mochila, le pedí una y me acerqué a una de las niñas para dársela, la mamá con mucha violencia se la quita de las manos y la avienta contra el suelo, sin dejar de verme con una mirada de odio que la recuerdo perfectamente. La iglesia estaba llena de gente asustada que esperaban lo peor y rezaban a Dios pidiendo clemencia. A los diez minutos todas las personas estaban fuera.

Me comuniqué con el puesto de mando de Perquín para informar que tenía control del objetivo, que Villa El Rosario había sido tomada sin bajas y que únicamente se habían encontrado mujeres, ancianos y niños consumidos por el hambre y por el miedo. Valoraba, a mi manera de pensar que la fase final del operativo en Morazán había sido realizada y con éxito. Desde el puesto de mando en Perquín, mi Coronel Cisneros me repitió la orden de horas anteriores:

 - “Toda esa población es base de la guerrilla, ¡destrúyala! No tiene que quedar nadie con vida”. 

- El operativo ha finalizado con éxito. La misión ha sido cumplida, el objetivo final, Villa el Rosario, ha sido tomado y aquí no se encuentra ningún terrorista ni guerrillero. Sólo mujeres y niños con hambre. – repetí con determinación. 

La gente armada había logrado salir días antes al romper el cerco de la calle negra que estaba bajo la responsabilidad de las unidades de caballería. 

- Todos son guerrilleros comunistas. Termine su trabajo, ¡ es una orden ! – dijo mi Cnel. Cisneros. 

En ese momento, mientras los gritos y el odio de mi Cnel. Cisneros llegaba a mis oídos a través de nuestra comunicación por radio, me encontraba mirando a esas personas, a aquellas mujeres consumidas por el hambre y el cansancio, aquellos viejitos enjutos y desdentados, aquellos niños de pies descalzos, desnutridos y de mirada implorante. Me ordenaban matar sin piedad a mujeres, niños y ancianos, simplemente por ser pobres, por vivir o refugiarse en Villa El Rosario, por creer en Dios, por pedir justicia, por luchar por una vida digna.

Ese era mi pueblo. El pueblo al que como militar juré servir. Si eran base social de la guerrilla, por algo sería, había que ver entonces qué era la guerrilla. Había que conocer los planteamientos de la guerrilla puesto que eran capaces de conquistar el apoyo de los humildes, de los que menos tienen, de los que aman su tierra..."


Fragmento del capítulo 13 (Evelin Romero)

"La vida de las familias en los cantones y caseríos se hacía imposible. Ya no podían estar en las casas, a quienes aún les quedaban, pues la mayoría las habían perdido. No había medios para subsistir, las tierras y las milpas estaban destruidas, los animales muertos. El hostigamiento del ejército, las fuerzas de seguridad y los paramilitares, continuaban siendo el pan de cada día. ¿A dónde ir? Se preguntaba mucha gente, ¿cómo vamos a sobrevivir en este infierno? Los que se iban al monte, organizados ya con la guerrilla, sabían que la vida de sus familias, y la de toda la población civil de la zona, estaba en constante peligro. Eran muchas las personas que habían dejado su vida en ese operativo y también antes. 

Poco a poco se fue organizando la marcha de las familias para el exilio. Era la única salida, aunque eso significaba dejar las tierras, las casas, abandonarlo todo sin saber cuando se podría volver. La gente salía de sus cantones y se refugiaba primero en los campamentos, en Raíces, en Ojos de Agua, allá dónde podían, y desde ahí se organizaban los grupos que partían acompañados y protegidos por los compas. Muchas de las familias refugiadas en Villa El Rosario se fueron. 

En el primer grupo, que salió el tres de diciembre de 1980, iban más de 600 personas. Siguieron varios más, hasta llegar a ser más de tres mil personas las que dejaron Morazán. No toda la gente sabía cual iba a ser el destino final, sólo sabían que debían salir para Honduras, cuanto antes, mejor. Todo lo dejaban atrás, poco podían cargar y era menos lo que les quedaba. Se llevaban, eso sí, la esperanza de sobrevivir y una enorme voluntad de lucha. También la incertidumbre y el miedo a lo que les podía esperar fuera de su tierra. 

Así se emprendió la larga peregrinación para el exilio de Colomoncagua, en Honduras, donde iban a permanecer durante 10 largos años, viviendo en comunidad, animando y acompañando desde esa trinchera la lucha de todo un pueblo; apoyando a un ejército revolucionario que combatía fuertemente contra aquel otro que les había amenazado, perseguido y asesinado, pero que no había conseguido exterminarlos.

En el pueblo, durante los meses inmediatamente posteriores al Operativo, los soldados que se habían quedado en el puesto militar se mantenían en medio de la gente sin muchas tensiones. Prácticamente fueron conociendo a todas las familias del casco urbano y se fue creando una relativa confianza entre pobladores y soldados. Allá no se daban los abusos y la represión que se estaba produciendo alrededor. De nuevo Villa El Rosario mantenía una situación de seguridad, aunque fuera precaria..."

[...]

"... En 1982 regrese a Morazán para acompañar,la lucha revolucionaria dando la atención en los campamentos guerrilleros y también a la población civil que había quedado en las zonas bajo control de la guerrilla. Allí desarrollamos celebraciones de la palabra, catequesis con niños y adultos, grupos de reflexión, creando movimientos como las congregaciones de madres cristianas por la paz, entre otros esfuerzos. 

A los primeros días que llegué a Morazán, me fui a un campamento que estaba en la zona de El Zapotal. Estando ahí, una mañana al levantarme me dirigí a un pozo donde todos se iban a bañar y mientras esperaba mi turno, sentada en una piedra, llegó un compa alto, de barba. No sabía quien era, pero lo reconocí de inmediato que habló. Su voz ya se había hecho famosa, era Santiago el locutor de la radio Venceremos. Nos saludamos y comenzamos a platicar; entre otras cosas me preguntó si yo era originaria de Villa El Rosario. Le sentí inquieto por saber del operativo del 80.

 - Mirá y vos estabas en la Villa El Rosario cuando se dio el operativo del 80? 

 - Sí, ahí estuve, le dije. 

 - Contáme, como fue, cómo sucedió.

Le narre toda la historia con detalles importantes para mi y destaque el papel que jugó el capitán Mena Sandoval. Cuando terminamos de bañarnos y nos dirigíamos al campamento, con una sonrisa en su rostro, me dijo:

- Espérame aquí, quiero presentarte a alguien. 

Esperé curiosa, y cuando regreso venia junto a él Mena Sandoval.

No podía creerlo y me costaba reconocerle, porque lo último que me podía esperar era encontrarlo allí. Sentí una gran alegría y nos dimos un fuerte abrazo. Me parecía mentira verlo ahí a la par de los compas, con el uniforme verde, pero no el verde de la persecución, sino aquel verde de esperanza, el verde de la montaña desde donde todo un contingente de campesinos y campesinas buscaban una patria diferente.Recuerdo que platicamos tanto, que recorrimos todo lo que había pasado en la llegada a El Rosario; le conté todo lo que habíamos sufrido después con la masacre que había hecho la policía de Torola..."

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